En un mundo en el que la población considerada como refugiados medioambientales no deja de crecer, mientras asistimos pasivamente al desarrollo de la polución del agua, del aire, a la perturbación del clima, a la destrucción de los bosques, a la extinción de multitud de especies vivas, a la degradación del paisaje, al empobrecimiento sistemático de la riqueza genética de la biosfera, y al abandono progresivo de nuestros valores culturales y morales, nos es indispensable desarrollar una auténtica ecología de la mente, una esperada y necesaria caballería espiritual, teniendo como sentido de la Vida a Nuestra Señora, pero como especial musa, o mejor viuda desvalida a la que defender, a nuestra querida Naturaleza, en su contexto universal de Gaia.
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Porque hagamos lo que hagamos habitamos una misma casa. Un mismo contexto. Un entorno que nos precede. Las condiciones que hacen posible nuestra existencia y permanencia como especie y que no deberíamos ignorar. Todo lo contrario, deberíamos indagar sobre aquellos saberes prácticos que nos son útiles para contemplar este mundo, el único que tenemos, como un ser vivo. Superar nuestro atávico antropocentrismo ilustrado, y dejar de verlo todo como objeto. Algo que está ahí en frente, que puede ser usado técnicamente, mercantilizado y vendido, explotado y convertido en desecho, consumido.
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La caballería espiritual nos habla de un saber práctico acerca de lo que significa habitar una casa. Una mirada distinta hacia todo aquello que nos rodea. Capaz de unir finalmente la cabeza al cuerpo y articular las ciencias y las técnicas con los valores humanos para desarrollarnos armónicamente con el entorno. Un encuentro de disciplinas que hacen posible una visión total, completa, holística, de nuestras condiciones como género humano y como individuos. Una ecología profunda que denuncia también la polución que se produce en nuestras mentes, en el lenguaje. Reconocer todos los ambientes que habitamos y procurar hacerlos vivibles.
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La caballería espiritual nos habla de un saber práctico acerca de lo que significa habitar una casa. Una mirada distinta hacia todo aquello que nos rodea. Capaz de unir finalmente la cabeza al cuerpo y articular las ciencias y las técnicas con los valores humanos para desarrollarnos armónicamente con el entorno. Un encuentro de disciplinas que hacen posible una visión total, completa, holística, de nuestras condiciones como género humano y como individuos. Una ecología profunda que denuncia también la polución que se produce en nuestras mentes, en el lenguaje. Reconocer todos los ambientes que habitamos y procurar hacerlos vivibles.
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Es el pequeño pero importante paso que hay entre una sensibilidad medioambiental y una sensibilidad ambientalista, en ser una Dama y/o Caballero con Principios, o decir tenerlos, pero con total carencia de aplicación...
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Mirar lo que uno no miraría, escuchar lo que no oiría, estar atento a lo banal, a lo ordinario, a lo infraordinario. Negar la jerarquía ideal que va desde lo crucial hasta lo anecdótico, porque no existe lo anecdótico, sino culturas dominantes que nos exilian de nosotros mismos y de los otros, una pérdida de sentido que no es tan sólo una siesta de la conciencia, sino un declive de la existencia.
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Podemos hablar de cuatro grandes campos que, dentro de la caballería espiritual por defender la naturaleza, trabajan conjuntamente para aportar nuevas cosmovisiones: el científico, el emocional, el práctico y el espiritual. Todos ellos orientados a buscar nuevos modelos que permitan una mejora del actual sistema social, mediante un cambio en las disposiciones cognitivas –nuestros recursos y capacidades mentales- para pasar al acto y modificar nuestras costumbres. Los dichosos hábitos.
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La caballería espiritual se alimenta de aquellos conocimientos científicos que facilitan la comprensión de un mundo cada vez más complejo. La teoría de los sistemas, el principio de autorregulación, la espléndida metáfora que James Lovelock hizo sobre nuestro planeta contemplándolo como un organismo vivo en su hipótesis Gaia. Todos estos saberes modifican nuestro pensar, nuestro estar-en-el-mundo, y permiten imaginarnos dentro de un infinito juego de muñecas rusas, insertos en sistemas relacionados entre sí para autoprotegerse. Desde esta vertiginosa posición empezamos a entender la importancia de asumir modelos más cooperativos y menos competitivos, modelos que, siguiendo la lógica de la vida, faciliten la creación de auténticas redes sociales para el desarrollo y el combate de la pobreza, guerras, etc...
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Pero para hacer, a escala planetaria, una auténtica revolución política, social y cultural, y reorientar la producción de los bienes materiales e inmateriales hacia una economía más respetuosa y responsable con la vida, es necesario ofrecer también recursos emocionales para transformar las tensiones producidas por la conciencia de esta crisis global, y convertirlas en energías y sentimientos positivos que permitan un posible cambio de estilo de vida.
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Mirar lo que uno no miraría, escuchar lo que no oiría, estar atento a lo banal, a lo ordinario, a lo infraordinario. Negar la jerarquía ideal que va desde lo crucial hasta lo anecdótico, porque no existe lo anecdótico, sino culturas dominantes que nos exilian de nosotros mismos y de los otros, una pérdida de sentido que no es tan sólo una siesta de la conciencia, sino un declive de la existencia.
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Podemos hablar de cuatro grandes campos que, dentro de la caballería espiritual por defender la naturaleza, trabajan conjuntamente para aportar nuevas cosmovisiones: el científico, el emocional, el práctico y el espiritual. Todos ellos orientados a buscar nuevos modelos que permitan una mejora del actual sistema social, mediante un cambio en las disposiciones cognitivas –nuestros recursos y capacidades mentales- para pasar al acto y modificar nuestras costumbres. Los dichosos hábitos.
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La caballería espiritual se alimenta de aquellos conocimientos científicos que facilitan la comprensión de un mundo cada vez más complejo. La teoría de los sistemas, el principio de autorregulación, la espléndida metáfora que James Lovelock hizo sobre nuestro planeta contemplándolo como un organismo vivo en su hipótesis Gaia. Todos estos saberes modifican nuestro pensar, nuestro estar-en-el-mundo, y permiten imaginarnos dentro de un infinito juego de muñecas rusas, insertos en sistemas relacionados entre sí para autoprotegerse. Desde esta vertiginosa posición empezamos a entender la importancia de asumir modelos más cooperativos y menos competitivos, modelos que, siguiendo la lógica de la vida, faciliten la creación de auténticas redes sociales para el desarrollo y el combate de la pobreza, guerras, etc...
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Pero para hacer, a escala planetaria, una auténtica revolución política, social y cultural, y reorientar la producción de los bienes materiales e inmateriales hacia una economía más respetuosa y responsable con la vida, es necesario ofrecer también recursos emocionales para transformar las tensiones producidas por la conciencia de esta crisis global, y convertirlas en energías y sentimientos positivos que permitan un posible cambio de estilo de vida.
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Cultivar la producción de singularidades distintas, alejándonos del consenso embrutecedor e infantilizante que suele producir el mercado. El hombre duplicado. Enriquecernos como personas para poder producir auténticas y singulares emociones humanas. Explorar nuevas maneras de relacionarnos con el otro, con el distinto, y con nosotros mismos desde nuevas prácticas éticas, políticas e incluso estéticas.
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En el campo práctico la caballería debe encontrar una alternativa sostenible para relacionarnos con la naturaleza, dejar de externalizar los costes ecológicos hacia las poblaciones más vulnerables y sobre todo a costa de las generaciones futuras. La biosfera nos ofrece el mejor ejemplo de un verdadero orden económico natural, un proceso de reciclaje continuo y autorregulado al que deberíamos integrarnos cuanto antes. Asumiendo derechos y obligaciones. Porque habitar la Tierra es también eco-responsabilizarse.
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Finalmente, la concepción espiritual de la cabellería filosófica nos abre las puertas al cosmos. A encontrar el centro del universo en cada cosa que vemos, en nosotros mismos. Pensarnos un centro cualquiera del universo que se expande a partir de lo que somos. Porque también somos un reflejo del todo, un microcosmos. Lo espiritual sirve para hacer el salto y aliarse definitivamente con el todo. Para hacer las paces con la tierra. Dejar de verla como objeto y sentirse parte de ella, como en casa.
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Arte es lo que articula la vida y la unifica mediante la creación ‘artística’ de la persona. El sentido de la vida consiste en hacer de cada uno de nosotros una obra de arte.
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Arte es lo que articula la vida y la unifica mediante la creación ‘artística’ de la persona. El sentido de la vida consiste en hacer de cada uno de nosotros una obra de arte.
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El Gran Maestre