"Un Caballero de Cristo es un cruzado en todo momento, al hallarse entregado a una doble pelea: frente a las tentaciones de la carne y la sangre, a la vez que frente a las fuerzas espirituales del cielo. Avanza sin temor, no descuidando lo que pueda suceder a su derecha o a su izquierda, con el pecho cubierto por la cota de malla y el alma bien equipada con la fe. Al contar con estas dos protecciones, no teme a hombres ni a demonio alguno."
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La inscripción del templo de Delfos, que inspiró a Sócrates: conócete a ti mismo. Se trata de una verdad fundamental: conocerse a sí mismo es típico del hombre. En efecto, el hombre se distingue de los demás seres creados sobre la tierra por su capacidad de plantearse la cuestión del sentido de su propia existencia. Gracias a lo que conoce del mundo y de sí mismo, el hombre puede responder a otro imperativo que nos ha transmitido también el pensamiento griego: llega a ser lo que eres.
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Por tanto, el conocimiento tiene una importancia vital en el camino que el hombre recorre hacia la realización plena de su humanidad: esto es verdad de modo singular por lo que atañe al conocimiento histórico. En efecto, las personas, como también las sociedades, llegan a ser plenamente conscientes de sí mismas cuando saben integrar su pasado.
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Al hombre actual «le dicen» muchas más cosas que al de ninguna otra época de la Historia. Lo bombardean o lo ametrallan con dichos constantes, muchos cada día, con recursos que no habían existido hasta ahora. Lee más que nunca, oye voces ajenas todo el tiempo, acompañadas de la imagen y el gesto. Se solicita su atención desde la publicidad, la política, las campañas, las consignas. En multitud de casos no tiene medio de decidir si lo que se le dice es verdadero o falso; aun cuando esto es posible, se siente aturdido por múltiples solicitaciones, no tiene tiempo ni calma para reaccionar a ellas. Esto va causando en grandes mayorías una actitud de atonía e indiferencia. La verdad y la falsedad desaparecen del horizonte, y el hombre queda inerme frente a esta última. En época de elecciones esto es aterrador. Algunos políticos -no todos- usan la mentira como instrumento primario, sin el menor escrúpulo, con evidente delectación. No todos, al menos con gran desproporción.
Por tanto, el conocimiento tiene una importancia vital en el camino que el hombre recorre hacia la realización plena de su humanidad: esto es verdad de modo singular por lo que atañe al conocimiento histórico. En efecto, las personas, como también las sociedades, llegan a ser plenamente conscientes de sí mismas cuando saben integrar su pasado.
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Al hombre actual «le dicen» muchas más cosas que al de ninguna otra época de la Historia. Lo bombardean o lo ametrallan con dichos constantes, muchos cada día, con recursos que no habían existido hasta ahora. Lee más que nunca, oye voces ajenas todo el tiempo, acompañadas de la imagen y el gesto. Se solicita su atención desde la publicidad, la política, las campañas, las consignas. En multitud de casos no tiene medio de decidir si lo que se le dice es verdadero o falso; aun cuando esto es posible, se siente aturdido por múltiples solicitaciones, no tiene tiempo ni calma para reaccionar a ellas. Esto va causando en grandes mayorías una actitud de atonía e indiferencia. La verdad y la falsedad desaparecen del horizonte, y el hombre queda inerme frente a esta última. En época de elecciones esto es aterrador. Algunos políticos -no todos- usan la mentira como instrumento primario, sin el menor escrúpulo, con evidente delectación. No todos, al menos con gran desproporción.
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Pero lo grave es que esto no tiene demasiadas consecuencias. Si existiera eso que echo de menos, sensibilidad para la verdad, respeto a ella, la falsedad sistemática bastaría para descalificar a quien la usase y asegurar su derrota. Temo que no sea así, que se pueda usar la mentira con impunidad, tal como acontece en muchos estractos de la política, del funcionariado, y de agencias de seguridad, españolas e internacionales.
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Me pregunto cuál es la verdadera raíz del desprecio a la verdad. Creo que es el desprecio a uno mismo. La verdad va de tal modo unida a la condición humana, que el faltar deliberadamente a ella es lo más próximo al suicidio. El que miente a sabiendas -no, claro está, el que se equivoca- está atentando contra sí mismo, se está hiriendo, mancillando, profanando, lo peor es cuando conociendo la Verdad, se trama la mentira, para humillar. Y, por supuesto, lo sabe. Por eso se puede advertir en el que miente -intelectual, o político o lo que sea- un inmenso descontento. Hay una amargura, la más grave de todas, que no procede de lo que a uno le pasa, sino de lo que es.
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Se la puede descubrir, muy especialmente en los jactanciosos, en los que parecen particularmente satisfechos de sí mismos; por eso ese descontento acompaña tantas veces al éxito, a la fama, el poder o el enriquecimiento. Se pone un cuidado máximo en encubrir ese desprecio que se siente por el que se es, se intenta convencer a los demás de la propia excelencia, con la esperanza de que lo persuadan a uno, pero esto es particularmente difícil, porque no hay en ello ingenuidad, sino que el que desprecia la verdad sabe muy bien que lo hace, y por qué. Hay una extraña y siniestra «lucidez» en todo esto, que le da su mayor gravedad.
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En la vida intelectual es esto especialmente claro. El respeto a la verdad suele ser algo todavía más intenso: entusiasmo por la verdad, fascinación ante ella. El que lo siente se «abre» a la verdad, se deja penetrar por ella, la busca sin condiciones previas, cuando la descubre ve que se «apodera» de él, y eso lo llena de gratitud y de alegría.
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Me pregunto cuál es la verdadera raíz del desprecio a la verdad. Creo que es el desprecio a uno mismo. La verdad va de tal modo unida a la condición humana, que el faltar deliberadamente a ella es lo más próximo al suicidio. El que miente a sabiendas -no, claro está, el que se equivoca- está atentando contra sí mismo, se está hiriendo, mancillando, profanando, lo peor es cuando conociendo la Verdad, se trama la mentira, para humillar. Y, por supuesto, lo sabe. Por eso se puede advertir en el que miente -intelectual, o político o lo que sea- un inmenso descontento. Hay una amargura, la más grave de todas, que no procede de lo que a uno le pasa, sino de lo que es.
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Se la puede descubrir, muy especialmente en los jactanciosos, en los que parecen particularmente satisfechos de sí mismos; por eso ese descontento acompaña tantas veces al éxito, a la fama, el poder o el enriquecimiento. Se pone un cuidado máximo en encubrir ese desprecio que se siente por el que se es, se intenta convencer a los demás de la propia excelencia, con la esperanza de que lo persuadan a uno, pero esto es particularmente difícil, porque no hay en ello ingenuidad, sino que el que desprecia la verdad sabe muy bien que lo hace, y por qué. Hay una extraña y siniestra «lucidez» en todo esto, que le da su mayor gravedad.
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En la vida intelectual es esto especialmente claro. El respeto a la verdad suele ser algo todavía más intenso: entusiasmo por la verdad, fascinación ante ella. El que lo siente se «abre» a la verdad, se deja penetrar por ella, la busca sin condiciones previas, cuando la descubre ve que se «apodera» de él, y eso lo llena de gratitud y de alegría.
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Por el contrario, hay una variedad de hombre dedicado al pensamiento que extrema la agudeza para minar la verdad cuando se le impone, para descubrir los flancos por los que se la puede atacar o negar; aprovecha las briznas de verdad parcial que parecen desvirtuarla en su conjunto. Para el que admira la destreza y siente hostilidad a la verdad, este tipo de intelectual es el ideal.
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Carece de toda ingenuidad, de toda «inocencia»; está siempre «de vuelta» -hay que preguntar: ¿de qué?, ¿de dónde? acaso de la verdad entrevista-. Casi siempre se trata de alguien que no tiene esperanza de alcanzar ninguna verdad importante, y no se da cuenta de que todas lo son, de que la más modesta, si es verdad, es una adquisición fabulosa. Tiene una alta idea de lo que desea ser, y una muy pobre de lo que realmente sabe que es, y no se da cuenta de que la medida de cada uno está en lo que efectivamente hace, y que el hombre de dotes modestísimas puede ser una persona cumplida, lograda, llena de realidad, plenamente satisfactoria.
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Examínense los males que nos afligen, que han caído sobre el mundo en el espacio de nuestras vidas, de los que tenemos experiencia real y la necesaria evidencia. Pregúntese cuáles de ellos nacen del desprecio a la verdad.
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Por el contrario, hay una variedad de hombre dedicado al pensamiento que extrema la agudeza para minar la verdad cuando se le impone, para descubrir los flancos por los que se la puede atacar o negar; aprovecha las briznas de verdad parcial que parecen desvirtuarla en su conjunto. Para el que admira la destreza y siente hostilidad a la verdad, este tipo de intelectual es el ideal.
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Carece de toda ingenuidad, de toda «inocencia»; está siempre «de vuelta» -hay que preguntar: ¿de qué?, ¿de dónde? acaso de la verdad entrevista-. Casi siempre se trata de alguien que no tiene esperanza de alcanzar ninguna verdad importante, y no se da cuenta de que todas lo son, de que la más modesta, si es verdad, es una adquisición fabulosa. Tiene una alta idea de lo que desea ser, y una muy pobre de lo que realmente sabe que es, y no se da cuenta de que la medida de cada uno está en lo que efectivamente hace, y que el hombre de dotes modestísimas puede ser una persona cumplida, lograda, llena de realidad, plenamente satisfactoria.
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Examínense los males que nos afligen, que han caído sobre el mundo en el espacio de nuestras vidas, de los que tenemos experiencia real y la necesaria evidencia. Pregúntese cuáles de ellos nacen del desprecio a la verdad.
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"Que la tierra se vaya haciendo camino ante tus pasos, que el viento sople siempre a tus espaldas, que el sol brille cálido sobre tu cara, que la lluvia caiga suavemente sobre tus campos y, hasta tanto volvamos a encontrarnos, que Dios te guarde en la palma de sus manos"
(Antigua despedida de los peregrinos).
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"Yo, Guillermo de Nogaret, siguiendo las directrices dadas por mi señor el rey Felipe IV de Francia, ordeno detener a todos los Caballeros pertenecientes a la Orden del Temple y confiscar sus bienes. Gracias a los informes aportados por numerosas personas dignas de fe, hemos sabido que los Hermanos de la Orden de la Milicia del Temple, ocultando al lobo bajo la apariencia de cordero, y bajo el hábito de la Orden, insultan miserablemente a la verdadera fe, crucificando una vez más en nuestros días a Nuestro Señor Jesucristo. Esta gente inmunda ha renunciado a la fuente de la luz divina y practicando la sodomía, la adoración de ídolos satánicos y el robo de propiedades ajenas, ha tejido una inmensa y maligna telaraña que amenaza con destruir nuestra sociedad y nuestra legítima creencia en el Altísimo. Firmado en París en el mes de septiembre de 1307".
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De esta manera tan explícita, las autoridades francesas de la época, alertaban sobre la detención de los Caballeros Templarios. Al poco tiempo, cumpliendo los planes con impecable efectividad, la Orden había sido desmantelada, sus miembros detenidos o ajusticiados y su último Gran Maestre, Jacques de Molay, quemado vivo en la hoguera como si de un peligroso hereje se tratase.
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Hoy ya sabemos que la siniestra trama urdida contra los Templarios y las vulgares acusaciones que se les imputaron sólo fueron una excusa para apropiarse de sus inmensas riquezas materiales y de su enorme influencia política. Sin duda, la auténtica verdad sobre la cuestión aún está muy lejos de saberse para algunos, pero no para otros. Pero dando por sentado que fueron destruidos debido a las maquinaciones del poder, el investigador y curioso todavía se pregunta en nuestros días si realmente poseyeron los Templarios un conocimiento esotérico ajeno a la ortodoxia católica dictada por el Papa desde Roma. En las siguientes líneas intentaremos arrojar alguna luz sobre este apasionante tema, como recuerdo de quiénes fueron, y de su continuidad entre bambalinas en la Historia actúal.
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Aunque algunos se hayan propuesto arrancar de raíz las páginas de la historia escritas por los Templarios, lo cierto es que la influencia de esta Orden en el desarrollo del esoterismo occidental es tan grande que ignorarla resulta una tarea estéril. En efecto, estos caballeros no sólo constituyeron una Orden religiosa y militar dedicada a la salvaguarda de los santos lugares en Oriente Medio, sino que también fueron los elegidos para llevar a cabo una misión secreta, una arriesgada tarea que al parecer cumplieron perfectamente, y que les proporcionó un profundo conocimiento esotérico que reflejaron en sus actividades. La misión fue realizada por la Orden Interna del Temple, y esta misión fue la de rescatar el Arca de la Alianza en el que se hallaban las tablas que Dios entregó a Moisés en el Monte Sinaí. Este Arca, había sido desde los tiempos del rey Salomón, el centro del culto en el templo de Jerusalén, y como signo visible de la presencia de Dios en la Tierra, tenía la propiedad de abrir las puertas a un conocimiento oculto basado en el equilibrio cósmico de las proporciones.
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Estructuralmente, el Arca constaba de una caja de madera de acacia de cinco palmos de largo por tres de alto que se hallaba revestida de oro. Según se decía, de ella emanaba tal cantidad de energía, que podía dejar ciegos a aquellos que sin tener un alma pura, se atreviesen a contemplarla.
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Fue el jefe espiritual de los caballeros Templarios, Bernardo de Claraval, quien ordenó a sus fieles servidores que se dirigieran a los establos del templo del rey Salomón en Jerusalén y que derribaran las paredes que desde hacía siglos sellaban sus entradas. Dentro, se encontraron con el legendario Arca que contenía las Tablas que habían pertenecido a Moisés. Para la iglesia católica, en ellas sólo se encontraban impresos los mandamientos, por lo que su valor era puramente histórico, pero para algunos iniciados como San Bernardo, tenían un alto valor mágico y esotérico ya que en la grafía de sus palabras se encontraba la clave lexarítmica que permitía conocer los números que resumían las proporciones que regían el Universo.
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San Bernardo sabía muy bien lo que hacía. En 1128 ya había interpretado la sagrada "geometría" que sustentaba el Templo de Salomón y conocía perfectamente tanto las relaciones existentes entre cifras y letras como el simbolismo de las formas, los colores y el sonido, siguiendo el famoso axioma de Platón "... el que no sepa Geometría, que no entre en la Academia". Además del Arca, en el interior del recinto encontraron un fabuloso tesoro que de la noche a la mañana los transformó en dueños de una inmensa fortuna con la que poder materializar sus utópicas ideas de implantar el reino de Dios en la Tierra. Tales hallazgos, dieron la suficiente autoridad política y moral a Hugo de Payns, jefe de aquellos nueve caballeros, para trasladarse a Roma y allí pedir al pontífice Honorio II que convocase un concilio con el que conseguir el reconocimiento oficial para la nueva Orden.
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La devoción que tenían los caballeros de la Orden por la Virgen y por la arquitectura, hizo que numerosas construcciones dedicadas a Nuestra Señora fueran apareciendo a lo largo y ancho del continente. Dueños de una enorme riqueza amasada gracias a las donaciones de monarcas, nobles y señores feudales, pudieron aquellos caballeros sufragar sin ningún problema los enormes gastos que las catedrales generaban, organizando además las primeras cofradías de constructores o hermanos maçons.
Casi todos los especialistas, están de acuerdo en que fueron los cristianos ortodoxos de oriente, los judíos y sobre todo los sufíes musulmanes, quienes dieron a los templarios las pautas necesarias para elevar sus monumentos. La orientación fue una de estas pautas. Del mismo modo que la esfinge de Gizeh se sitúa al este de las pirámides, también los campanarios de las iglesias templarias suelen encontrarse en esta dirección. Por otra parte, el principal modelo a seguir en las plantas de las construcciones fue la octogonal que procedía originalmente del templo de Salomón.
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Fue el jefe espiritual de los caballeros Templarios, Bernardo de Claraval, quien ordenó a sus fieles servidores que se dirigieran a los establos del templo del rey Salomón en Jerusalén y que derribaran las paredes que desde hacía siglos sellaban sus entradas. Dentro, se encontraron con el legendario Arca que contenía las Tablas que habían pertenecido a Moisés. Para la iglesia católica, en ellas sólo se encontraban impresos los mandamientos, por lo que su valor era puramente histórico, pero para algunos iniciados como San Bernardo, tenían un alto valor mágico y esotérico ya que en la grafía de sus palabras se encontraba la clave lexarítmica que permitía conocer los números que resumían las proporciones que regían el Universo.
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San Bernardo sabía muy bien lo que hacía. En 1128 ya había interpretado la sagrada "geometría" que sustentaba el Templo de Salomón y conocía perfectamente tanto las relaciones existentes entre cifras y letras como el simbolismo de las formas, los colores y el sonido, siguiendo el famoso axioma de Platón "... el que no sepa Geometría, que no entre en la Academia". Además del Arca, en el interior del recinto encontraron un fabuloso tesoro que de la noche a la mañana los transformó en dueños de una inmensa fortuna con la que poder materializar sus utópicas ideas de implantar el reino de Dios en la Tierra. Tales hallazgos, dieron la suficiente autoridad política y moral a Hugo de Payns, jefe de aquellos nueve caballeros, para trasladarse a Roma y allí pedir al pontífice Honorio II que convocase un concilio con el que conseguir el reconocimiento oficial para la nueva Orden.
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La devoción que tenían los caballeros de la Orden por la Virgen y por la arquitectura, hizo que numerosas construcciones dedicadas a Nuestra Señora fueran apareciendo a lo largo y ancho del continente. Dueños de una enorme riqueza amasada gracias a las donaciones de monarcas, nobles y señores feudales, pudieron aquellos caballeros sufragar sin ningún problema los enormes gastos que las catedrales generaban, organizando además las primeras cofradías de constructores o hermanos maçons.
Casi todos los especialistas, están de acuerdo en que fueron los cristianos ortodoxos de oriente, los judíos y sobre todo los sufíes musulmanes, quienes dieron a los templarios las pautas necesarias para elevar sus monumentos. La orientación fue una de estas pautas. Del mismo modo que la esfinge de Gizeh se sitúa al este de las pirámides, también los campanarios de las iglesias templarias suelen encontrarse en esta dirección. Por otra parte, el principal modelo a seguir en las plantas de las construcciones fue la octogonal que procedía originalmente del templo de Salomón.
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Aunque este tipo de planta se alternó con la rectangular, fue el octágono, transformado en un círculo perfecto en el interior, el símbolo esotérico más importante de sus construcciones. Este círculo, uno de los esquemas más ancestrales del Cosmos, constituía un espacio idóneo para realizar operaciones mágicas y rito iniciáticos. Otras de las influencias presentes en su esoterismo provienen de la gnosis. En efecto, los templarios compartieron con los gnósticos la idea de que los templos eran símbolos del misticismo universal. Ningún edificio se realizaba al azar. Todos ellos se encuentran emplazados en lugares en los que las energías telúricas del subsuelo generan un circulo invisible que envuelve al sujeto que penetra en el interior.
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En el fondo, esta energía es esencialmente la misma que la emanada del Arca de la Alianza ya que como afirma Laurence Hardner éste "se revelaba como un poderoso condensador eléctrico construido en maderas resinosas y forrado interior y exteriormente por una doble cobertura de oro que generaba un voltaje suficiente para matar a una persona. También el Arca era un amplificador de sonido con sus dos querubines magnéticos flanqueando el trono de la misericordia en el que Moisés se sentaba para comunicarse con Dios".
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Durante los años en que se desarrolló el estilo gótico, las nuevas edificaciones aspiraban a albergar en su interior el mayor número posible de creyentes. El culto adquirió así un carácter universalista, reflejado en la masiva acogida de los peregrinos venidos desde muy lejos y en el trabajo unificado de los distintos tipos de artesanos que colaboraban durante decenios en las construcciones. Estos artesanos, se agrupaban en logias (asambleas) en las que iban pasando por las categorías de aprendices, oficiales y maestros-compañeros. Para alertar a los "hermanos", se insertaban en los techos de los templos, inscripciones simbólicas que aún no han sido descifradas en su totalidad, marcas con las que el maestro de obras firmaba su trabajo o con las que saludaba a sus compañeros. Estas marcas corresponden a un alfabeto secreto aún mal conocido. Los Templarios idearon unos signos que se basaban en la figura de la cruz de ocho puntas que generalmente llevaban colgada al cuello. Estos símbolos podían aparecer dispuestos tanto en círculo como en forma de cruz, y el verdadero significado de cada uno de ellos podía ser alterado. Semejantes prácticas han servido para que muchos textos diseminados a lo largo de la geografía europea aún no hayan podido ser leídos.
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Similar circunstancia sucede con la enorme cantidad de frases y dibujos que salpican los muros y lápidas de muchas iglesias. La influencia de la cábala judía y del lenguaje secreto de los alquimistas, indudablemente influyeron a los seguidores de la Orden y más profundamente de su Rama Secreta, quienes con su alfabeto esperaban poder esquivar las insidiosas miradas de la nobleza y de una parte del clero. Para Gilete Ziegler, autor de Les Templiers, está claro que existió una regla secreta conocida sólo por algunos dirigentes que había sido deliberadamente destruida tras la persecución a la que se vieron sometidos.
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En el fondo, esta energía es esencialmente la misma que la emanada del Arca de la Alianza ya que como afirma Laurence Hardner éste "se revelaba como un poderoso condensador eléctrico construido en maderas resinosas y forrado interior y exteriormente por una doble cobertura de oro que generaba un voltaje suficiente para matar a una persona. También el Arca era un amplificador de sonido con sus dos querubines magnéticos flanqueando el trono de la misericordia en el que Moisés se sentaba para comunicarse con Dios".
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Durante los años en que se desarrolló el estilo gótico, las nuevas edificaciones aspiraban a albergar en su interior el mayor número posible de creyentes. El culto adquirió así un carácter universalista, reflejado en la masiva acogida de los peregrinos venidos desde muy lejos y en el trabajo unificado de los distintos tipos de artesanos que colaboraban durante decenios en las construcciones. Estos artesanos, se agrupaban en logias (asambleas) en las que iban pasando por las categorías de aprendices, oficiales y maestros-compañeros. Para alertar a los "hermanos", se insertaban en los techos de los templos, inscripciones simbólicas que aún no han sido descifradas en su totalidad, marcas con las que el maestro de obras firmaba su trabajo o con las que saludaba a sus compañeros. Estas marcas corresponden a un alfabeto secreto aún mal conocido. Los Templarios idearon unos signos que se basaban en la figura de la cruz de ocho puntas que generalmente llevaban colgada al cuello. Estos símbolos podían aparecer dispuestos tanto en círculo como en forma de cruz, y el verdadero significado de cada uno de ellos podía ser alterado. Semejantes prácticas han servido para que muchos textos diseminados a lo largo de la geografía europea aún no hayan podido ser leídos.
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Similar circunstancia sucede con la enorme cantidad de frases y dibujos que salpican los muros y lápidas de muchas iglesias. La influencia de la cábala judía y del lenguaje secreto de los alquimistas, indudablemente influyeron a los seguidores de la Orden y más profundamente de su Rama Secreta, quienes con su alfabeto esperaban poder esquivar las insidiosas miradas de la nobleza y de una parte del clero. Para Gilete Ziegler, autor de Les Templiers, está claro que existió una regla secreta conocida sólo por algunos dirigentes que había sido deliberadamente destruida tras la persecución a la que se vieron sometidos.
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En todo caso, lo cierto es que esta regla secreta nunca ha sido hallada. Actualmente, los denominados Estatutos Secretos de la Orden publicados por el alemán Mertzdorffen en 1877, son considerados una burda falsificación.
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De todas maneras, que no se hayan encontrado aún pruebas documentales que permitan afirmarlo rotundamente, no quiere decir que no existiera una rama esotérica de la Orden. Este grupo oculto podría haberse enriquecido con los contactos sostenidos en Jerusalén con iniciados de tradición sufí. Incluso hay quien defiende la teoría de que el Templo de Salomón fue construido por el maestro sufí Maaruk Karkhi. Según Idries Shah, los musulmanes habrían reconstruido el sagrado recinto que con tanto celo defendieron después los señores del Temple. Cuando al fin, Jerusalén fue tomada por los árabes, lo primero que hicieron fue adquirir el Templo de Salomón, reafirmando esta circunstancia la profunda relación que los ligaba a tan emblemático edificio.
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En la Edad Media, la música tenía un acentuado carácter ritual. Las normas dictadas por la tradición eran de obligado seguimiento por parte de los compositores, quienes consideraban que su obra surgía gracias a la intervención directa de la divinidad. Ellos sólo eran meros intermediarios de la conciencia superior que los inspiraba.
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De todas maneras, que no se hayan encontrado aún pruebas documentales que permitan afirmarlo rotundamente, no quiere decir que no existiera una rama esotérica de la Orden. Este grupo oculto podría haberse enriquecido con los contactos sostenidos en Jerusalén con iniciados de tradición sufí. Incluso hay quien defiende la teoría de que el Templo de Salomón fue construido por el maestro sufí Maaruk Karkhi. Según Idries Shah, los musulmanes habrían reconstruido el sagrado recinto que con tanto celo defendieron después los señores del Temple. Cuando al fin, Jerusalén fue tomada por los árabes, lo primero que hicieron fue adquirir el Templo de Salomón, reafirmando esta circunstancia la profunda relación que los ligaba a tan emblemático edificio.
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En la Edad Media, la música tenía un acentuado carácter ritual. Las normas dictadas por la tradición eran de obligado seguimiento por parte de los compositores, quienes consideraban que su obra surgía gracias a la intervención directa de la divinidad. Ellos sólo eran meros intermediarios de la conciencia superior que los inspiraba.
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Aunque apenas poseemos documentación fiable de la música con la que los Templarios acompañaban sus ritos, sí contamos con datos que nos permitan realizar una aproximación bastante fiable. Así por ejemplo sabemos que Bernardo de Claraval escribió al respecto que: "El canto debe estar lleno de gravedad; que no sea ni mundano ni demasiado rudo y pobre...; Que sea dulce, aunque sin liviandad; que, mientras agrada al oído, conmueva al corazón; deberá aliviar la tristeza y calmar el espíritu irritado...". Y en el apartado 15 de la primitiva regla templaria nos dice que: "... Ordenamos que tanto los fuertes como los débiles, para evitar confusión y tumulto, en cuanto el salmo que es llamado Venite, con el invitatorio y el himno hayan sido cantados, os sentéis y digáis vuestras plegarias en silencio, suavemente y sin alzar la voz, para que el proclamador no perturbe las plegarias de los otros hermanos". Y más adelante, en los apartados dedicados al servicio religioso, hace alusión a los cantos que integran la misa, volviendo a señalar que deben ser entonados con el debido acatamiento y respeto.
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Durante los años en que los templarios desarrollaron su actividad, la música conoció una auténtica revolución. Su artífice fue el benedictino Guido D´Arezzo (995-1050) quien estableció definitivamente la notación pautada y el nombre de las notas. Sus aportaciones se encuentran recogidas en el Micrologus de disciplina artis musicae, en este tratado D´Arezzo introduce la escritura sobre cuatro líneas que a finales del siglo XII se convirtió en el pentagrama. Gracias al pentagrama fue posible conocer tanto la duración, como la altura de cada sonido.
Aunque apenas poseemos documentación fiable de la música con la que los Templarios acompañaban sus ritos, sí contamos con datos que nos permitan realizar una aproximación bastante fiable. Así por ejemplo sabemos que Bernardo de Claraval escribió al respecto que: "El canto debe estar lleno de gravedad; que no sea ni mundano ni demasiado rudo y pobre...; Que sea dulce, aunque sin liviandad; que, mientras agrada al oído, conmueva al corazón; deberá aliviar la tristeza y calmar el espíritu irritado...". Y en el apartado 15 de la primitiva regla templaria nos dice que: "... Ordenamos que tanto los fuertes como los débiles, para evitar confusión y tumulto, en cuanto el salmo que es llamado Venite, con el invitatorio y el himno hayan sido cantados, os sentéis y digáis vuestras plegarias en silencio, suavemente y sin alzar la voz, para que el proclamador no perturbe las plegarias de los otros hermanos". Y más adelante, en los apartados dedicados al servicio religioso, hace alusión a los cantos que integran la misa, volviendo a señalar que deben ser entonados con el debido acatamiento y respeto.
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Durante los años en que los templarios desarrollaron su actividad, la música conoció una auténtica revolución. Su artífice fue el benedictino Guido D´Arezzo (995-1050) quien estableció definitivamente la notación pautada y el nombre de las notas. Sus aportaciones se encuentran recogidas en el Micrologus de disciplina artis musicae, en este tratado D´Arezzo introduce la escritura sobre cuatro líneas que a finales del siglo XII se convirtió en el pentagrama. Gracias al pentagrama fue posible conocer tanto la duración, como la altura de cada sonido.
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El espíritu comunal que se difundió por toda la cristiandad en forma de gremios, corporaciones, fraternidades y órdenes, también influyó a la música. Así, a través de la polifonía o grupo de diferentes líneas de canto que sonaban simultáneamente, los artistas encontraron el vehículo ideal para expresar sus sentimientos. A la austeridad de la melodía gregoriana, se añadieron los primitivos cantos a dos voces denominados organum, en los que el canto principal era acompañado, nota contra nota, por un tema paralelo a distancia de quinta o de cuarta. La octava o distancia de ocho sonidos, era el límite máximo entre las melodías. Inmersa en la octava musical se encontraban las siete notas de la escala, que resumían perfectamente el ámbito del mundo conocido, del universo y de la potencia divina.
El espíritu comunal que se difundió por toda la cristiandad en forma de gremios, corporaciones, fraternidades y órdenes, también influyó a la música. Así, a través de la polifonía o grupo de diferentes líneas de canto que sonaban simultáneamente, los artistas encontraron el vehículo ideal para expresar sus sentimientos. A la austeridad de la melodía gregoriana, se añadieron los primitivos cantos a dos voces denominados organum, en los que el canto principal era acompañado, nota contra nota, por un tema paralelo a distancia de quinta o de cuarta. La octava o distancia de ocho sonidos, era el límite máximo entre las melodías. Inmersa en la octava musical se encontraban las siete notas de la escala, que resumían perfectamente el ámbito del mundo conocido, del universo y de la potencia divina.
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La octava se correspondía con el octógono, con el círculo y con las ocho puntas de la estrella que representaba a la Orden.
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En Tierra Santa, las masas de peregrinos cantaban emotivas melodías religiosas en las que la importancia del texto era tan grande como la de los sonidos. Los jerarcas templarios conocían bien todas estas circunstancias y saludaron con entusiasmo los nuevos rumbos de la polifonía en los que la imitación cobraba especial relevancia. Los diferentes temas se perseguían unos a otros produciendo un efecto fugado que se relacionaba directamente con el de las arriesgadas perspectivas de los arcos ojivales y con las enormes bóvedas preparadas para albergar a la masa de creyentes.
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En Tierra Santa, las masas de peregrinos cantaban emotivas melodías religiosas en las que la importancia del texto era tan grande como la de los sonidos. Los jerarcas templarios conocían bien todas estas circunstancias y saludaron con entusiasmo los nuevos rumbos de la polifonía en los que la imitación cobraba especial relevancia. Los diferentes temas se perseguían unos a otros produciendo un efecto fugado que se relacionaba directamente con el de las arriesgadas perspectivas de los arcos ojivales y con las enormes bóvedas preparadas para albergar a la masa de creyentes.
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La belleza al servicio de la divinidad, la estrecha relación entre palabras y notas musicales, la sobriedad y la profundidad del estilo, fueron sin duda algunas de las características de la música que los Templarios interpretaron en sus cultos, todo ello sin olvidar las canciones profanas, alegres y vigorosas, que entonaban con ánimo firme mientras se dirigían a la protección de los Santos Lugares.
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Una de las principales actividades de los Templarios fue la elevación de iglesias a lo largo del continente europeo y Tierra Santa, por lo que el contacto que mantuvieron con los maestros constructores pertenecientes a las logias fue constante. Esta relación entre los compañeros masones y los Templarios, continuó incluso tras la desaparición de la Orden Externa. Efectivamente, tras la condena de los Templarios por el rey Felipe de Francia, muchos de ellos se aprestaron a salvar algunas de las numerosas propiedades de la hermandad o a reintegrarse en otras órdenes de caballería. Un grupo fue a parar a Escocia donde protegidos por Roberto I, asimilaron algunos elementos de la mitología celta, conformando con el tiempo Ramas Secretas, que influyeron en el denominado Rito Escocés. No es ninguna casualidad que el documento masónico más antiguo conservado en Escocia sea un manuscrito de finales del siglo XIV, época en la que los Templarios se habrían visto obligados a influir en otras obediencias.
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El rey Roberto creó dos hermandades con las que asegurar la permanencia del legado del temple tras la persecución sufrida por el papado y las autoridades. De este modo, en la Real Orden de Escocia y en la de Kilwinning del Heredom, pudieron refugiarse muchos caballeros que transmitieron sus enseñanzas a los maestros que formaban las fraternidades de arquitectos. Tras la Edad Media, fue en el siglo XVIII, cuando los elementos propios de la tradición templaria volvieron a plasmarse con gran intensidad en la masonería. Gracias a la iniciativa de J.A. Starck el ritual de la clericatura templaria se afianzó en el rito, que en el S. XXI, ha perdido la esencia de la tradición, y solo sirve para que al igual que en la prensa rosa, algunos Venerables, cuenten en libros " como ha sido su tránsito como Venerable Maestre", cuando la iniciación y la Verdad, son una Luz interna y solitaria.
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En dicho ritual tanto el initiator como el conductor, van ataviados con una capa blanca en la que se hallaba representada una cruz roja. En la ceremonia iniciática, el neófito recibe de sus compañeros el beso de la paz y al final se le agasajaba con un modesto ágape durante el que se leen algunos versos de la Regula Vitae, inspirada en la que redactó San Bernardo.
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Una de las principales actividades de los Templarios fue la elevación de iglesias a lo largo del continente europeo y Tierra Santa, por lo que el contacto que mantuvieron con los maestros constructores pertenecientes a las logias fue constante. Esta relación entre los compañeros masones y los Templarios, continuó incluso tras la desaparición de la Orden Externa. Efectivamente, tras la condena de los Templarios por el rey Felipe de Francia, muchos de ellos se aprestaron a salvar algunas de las numerosas propiedades de la hermandad o a reintegrarse en otras órdenes de caballería. Un grupo fue a parar a Escocia donde protegidos por Roberto I, asimilaron algunos elementos de la mitología celta, conformando con el tiempo Ramas Secretas, que influyeron en el denominado Rito Escocés. No es ninguna casualidad que el documento masónico más antiguo conservado en Escocia sea un manuscrito de finales del siglo XIV, época en la que los Templarios se habrían visto obligados a influir en otras obediencias.
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El rey Roberto creó dos hermandades con las que asegurar la permanencia del legado del temple tras la persecución sufrida por el papado y las autoridades. De este modo, en la Real Orden de Escocia y en la de Kilwinning del Heredom, pudieron refugiarse muchos caballeros que transmitieron sus enseñanzas a los maestros que formaban las fraternidades de arquitectos. Tras la Edad Media, fue en el siglo XVIII, cuando los elementos propios de la tradición templaria volvieron a plasmarse con gran intensidad en la masonería. Gracias a la iniciativa de J.A. Starck el ritual de la clericatura templaria se afianzó en el rito, que en el S. XXI, ha perdido la esencia de la tradición, y solo sirve para que al igual que en la prensa rosa, algunos Venerables, cuenten en libros " como ha sido su tránsito como Venerable Maestre", cuando la iniciación y la Verdad, son una Luz interna y solitaria.
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En dicho ritual tanto el initiator como el conductor, van ataviados con una capa blanca en la que se hallaba representada una cruz roja. En la ceremonia iniciática, el neófito recibe de sus compañeros el beso de la paz y al final se le agasajaba con un modesto ágape durante el que se leen algunos versos de la Regula Vitae, inspirada en la que redactó San Bernardo.
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Asimismo, encontramos en el denominado Rito de Perfección, algunos grados con clara alusión templaria, tales como el noveno o del maestro elegido de los nueve; el quinceavo o del Caballero de la espada de Oriente y el dieciseisavo o del grado del Caballero de Jerusalén. Estos grados también se denominan así en el Rito Escocés Antiguo y Aceptado. Repito se denominan...
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Por otra parte, el grado número treinta, denominado del Caballero Kadosch, se denomina también "grado de la venganza", cuando realmente no quiere significar, eso sino Caballero Puros, ya que en él se evoca el padecimiento sufrido en la hoguera por Jacques de Molay, el último de los Grandes Maestres, y se evolución casi maníquea al Mundo de los Justos.
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Por otra parte, el grado número treinta, denominado del Caballero Kadosch, se denomina también "grado de la venganza", cuando realmente no quiere significar, eso sino Caballero Puros, ya que en él se evoca el padecimiento sufrido en la hoguera por Jacques de Molay, el último de los Grandes Maestres, y se evolución casi maníquea al Mundo de los Justos.
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Pero las relaciones entre los Templarios y los masones no se acaban ahí. No olvidemos que los templarios habían considerado el templo del rey Salomón, donde se encontraba el Arca de la Alianza, como un lugar sagrado y que precisamente este monarca había ordenado a los gremios de artesanos realizar réplicas de este santo lugar en todo el orbe. De hecho, según la tradición, la primera logia habría surgido en el lado occidental del templo salomónico, en donde Hiram, el legendario fundador de la masonería, había erigido dos columnas de bronce.
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Para algunos, los colores de los atuendos de los caballeros, o sea la cruz octogonal negra o roja sobre fondo blanco, reflejaban un influjo maniqueísta, en el que el mundo se dividía entre la luz de Dios y las tinieblas del mundo infernal. Los masones recuperarían este simbolismo en los mosaicos de los suelos que adornaban sus logias.
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Gracias a su contacto directo con las culturas judaica y musulmana, los Templarios habrían asimilado la cábala y el sufismo, transmitiendo estas enseñanzas a las fraternidades de obreros constructores que posteriormente engrosarían las filas de los adeptos a la masonería. En su libro titulado La Espada y el Grial, Andrew Sinclair escribe que abundan en los lugares de Escocia en los que estuvieron los templarios, tumbas con representaciones del Templo de Salomón, con estrellas de ocho puntas y con otros símbolos característicos, mezclados con los de origen estrictamente masónico. También, y este dato debería alertarnos acerca de la estrecha relación entre Templarios, Rosacruces y Masones, se encuentran algunos emblemas representando a la rosa mística. Una vez más, los extremos del círculo oculto vuelven a unirse sin solución de continuidad.
Pero las relaciones entre los Templarios y los masones no se acaban ahí. No olvidemos que los templarios habían considerado el templo del rey Salomón, donde se encontraba el Arca de la Alianza, como un lugar sagrado y que precisamente este monarca había ordenado a los gremios de artesanos realizar réplicas de este santo lugar en todo el orbe. De hecho, según la tradición, la primera logia habría surgido en el lado occidental del templo salomónico, en donde Hiram, el legendario fundador de la masonería, había erigido dos columnas de bronce.
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Para algunos, los colores de los atuendos de los caballeros, o sea la cruz octogonal negra o roja sobre fondo blanco, reflejaban un influjo maniqueísta, en el que el mundo se dividía entre la luz de Dios y las tinieblas del mundo infernal. Los masones recuperarían este simbolismo en los mosaicos de los suelos que adornaban sus logias.
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Gracias a su contacto directo con las culturas judaica y musulmana, los Templarios habrían asimilado la cábala y el sufismo, transmitiendo estas enseñanzas a las fraternidades de obreros constructores que posteriormente engrosarían las filas de los adeptos a la masonería. En su libro titulado La Espada y el Grial, Andrew Sinclair escribe que abundan en los lugares de Escocia en los que estuvieron los templarios, tumbas con representaciones del Templo de Salomón, con estrellas de ocho puntas y con otros símbolos característicos, mezclados con los de origen estrictamente masónico. También, y este dato debería alertarnos acerca de la estrecha relación entre Templarios, Rosacruces y Masones, se encuentran algunos emblemas representando a la rosa mística. Una vez más, los extremos del círculo oculto vuelven a unirse sin solución de continuidad.