Hablando del método de la Cábala, uno de los antiguos Rabbis decía que si un ángel viniera a la Tierra tendría que tomar la forma humana para poder conversar con el Ser Humano. El curioso sistema simbólico que conocemos como Árbol de la Vida es una tentativa para poner en forma diagramática cada una de las fuerzas y factores del Universo Manifestado y del Alma Humana, para correlacionar una con otras y revelarlas como en un mapa, mostrando las posiciones relativas en que puede considerarse cada unidad y las relaciones entre ellas. En pocas palabras, el Arbol de la Vida es un compendio de Ciencia, Filosofía, Psicología y Teología, es el hidromiel de las bases y tradiciones de la Orden del Temple, y de las mayorías Órdenes iniciáticas.
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El estudiante de Cábala trabaja exactamente en forma opuesta a la del estudiante de Ciencias Naturales. Este último se forma conceptos abstractos. Es innecesario decir que antes de que un concepto pueda ser analizado, es indispensable que haya sido compuesto. Alguien tiene que haber pensado primero en los principios que están resumidos en el símbolo que constituyen el objeto de la meditación del cabalista.
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El estudiante de Cábala trabaja exactamente en forma opuesta a la del estudiante de Ciencias Naturales. Este último se forma conceptos abstractos. Es innecesario decir que antes de que un concepto pueda ser analizado, es indispensable que haya sido compuesto. Alguien tiene que haber pensado primero en los principios que están resumidos en el símbolo que constituyen el objeto de la meditación del cabalista.
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¿Quiénes fueron, pues, los primeros cabalistas que idearon ese plan? Los Rabbis están unánimemente de acuerdo en que fueron los ángeles. En otras palabras, que fueron seres pertenecientes a otro reino de la Creación de la humanidad quienes dieron al Pueblo Elegido su Cábala.
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Para la mentalidad moderna esto puede parecer tan absurdo como el cuento de que los niños nacen debajo de las coles pero si estudiamos los muchos sistemas del misticismo que se conocen en la religión comparada, encontraremos que todos los iluminados están de acuerdo en ese punto. Todos los hombres y mujeres que hayan tenido una experiencia práctica de la vida espiritual nos dirán lo mismo, esto es, que han sido enseñados por Seres Divinos. Y seríamos muy tontos si negáramos el testimonio de tan numerosos testigos, especialmente si nosotros mismos no hemos tenido ninguna experiencia personal de los estados más elevados de la conciencia.
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Algunos psicólogos nos dirán que los Angeles de los Cabalistas y los dioses y los Manús de otros sistemas (mitología, panteones, etc.) son nuestros propios complejos reprimidos.
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Hay otros, de visión menos estrecha, que nos dirán que esos seres divinos son las capacidades latentes que existen en nosotros mismos. Para el místico devocional, este no es un punto que tiene importancia. El obtiene resultados, y eso es lo único que le importa. Pero el místico filosófico, el ocultista, piensa sobre la materia y llega a ciertas conclusiones. Sin embargo, estas conclusiones sólo pueden ser comprendidas cuando sabemos lo que quiere decir la realidad y podemos trazar una línea de demarcación definida entre lo subjetivo y lo objetivo. Cuaquiera que esté familiarizado con los sistemas filosóficos convendrá que esto es pedir bastante.
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Las escuelas indostánicas de metafísica tienen sistemas de filosofía muy detallados y complicados que tratan de definir estas ideas para que se pueda meditar sobre ellas, y aunque muchas generaciones de videntes han dedicado toda su vida a esa tarea, los conceptos siguen siendo todavía tan abstractos que sólo después de seguir un larguísimo curso de la disciplina que en el Oriente se llama Yoga, puede la mente comprenderlos.
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El cabalista se pone a la obra de una manera completamente distinta. Ni siquiera trata de elevar su mente en alas de la metafísica hasta el enrarecido aire de la realidad abstracta, sino que se formula un símbolo concreto que el ojo puede ver, para que él represente la realidad abstracta que la mentalidad humana no puede concebir aún, parecido a los mandalas tibetanos.
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Sigue exactamente los principios del álgebra. X representa una cantidad desconocida. Y la mitad de X, y Z representa algo que conocemos. Si entonces empezamos a experimentar con Y para encontrar su relación con Z, y en que proporción, pronto dejará de ser algo completamente desconocido; habremos aprendido por lo menos algo acerca de Y, y si somos lo suficientemente hábiles, al final podremos expresar a Y en término de Z, y, luego, podremos comenzar a comprender X.
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Existen muchos símbolos que se emplean como objetos de meditación: la Cruz de la Cristiandad; los Dioses del Antiguo Egipto, los símbolos fálicos de otras creencias. Los no iniciados utilizaron estos símbolos como medios para concentrar la mente e introducir en ella ciertos pensamientos, evocando así otras ideas relacionadas con aquellos y estimulando determinados pensamientos. Sin embargo, el iniciado utiliza un sistema simbólico diferentemente; lo que usa como un Algebra mediante la cual podrá descubrir los secretos de las potencias desconocidas. En otras palabras, usa el símbolo como medio para guiar el pensamiento hacia lo Invisible o Incomprensible.
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¿Cómo lo hace? Utilizando un símbolo compuesto, porque un símbolo que fuera una unidad aislada no serviría para su propósito. Al contemplar un símbolo compuesto como el Arbol de la Vida, observa que hay relaciones definidas entre sus distintas partes. De alguna de esas partes sabe algo; de otras puede intuir un poco, o quizás, para ponerlo en otras palabras, puede adivinar algo deduciéndolo de los principios primitivos. La mente salta así de algo conocido a algo desconocido, y, al hacerlo, atraviesa cierta distancia, metafóricamente hablando. Es como un viajero que cruza el desierto conociendo la situación de dos oasis y hace una marcha forzada entre ambos. Jamás se habría atrevido a lanzarse al desierto partiendo del primer oasis, si no hubiera conocido la situación del otro; pero al final de su jornada no solamente conoce mucho más acerca de las características del segundo oasis, sino que también ha podido observar el terreno que se encuentra entre ambos. Y así, haciendo marchas forzadas entre oasis y oasis, adelante y atrás, a través del desierto, va explorándolo gradualmente. Sin embargo, el desierto es incapaz de sostener la vida.
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Así ocurre también con el sistema de notación de la Cábala. Las cosas que ofrece no son pensables y, sin embargo, al ir de un símbolo a otro, se desenvuelve y piensa en ellos; y aunque tengamos que contentarnos con mirar como a través de un cristal empañado, sin embargo tenemos la esperanza de que, ultérrimamente, podremos ver las cosas cara a cara, porque la mente humana se desarrolla con el ejercicio, crece, se expande, y lo que al principio parece incomprensible como las matemáticas superiores lo son para un niño que no puede ni sumar, finalmente se llega al punto en que se alcanza la plena realización. Pensando sobre una cosa nos formamos conceptos sobre ella.
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Se dice que el pensamiento fue la consecuencia del lenguaje y no el lenguaje el resultado del pensamiento. Lo que las palabras son al pensamiento, son los símbolos a la intuición. Por curioso que pueda parecer, el símbolo siempre precede a la elucidación. Y por eso declaramos que la Cábala es un sistema en desenvolvimiento y no un monumento histórico.
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Actualmente se puede extraer más de los símbolos cabalísticos que lo que era posible obtener en los tiempos de la antigua dispensación, porque nuestro contenido mental es muchísimo más rico en ideas. Por ejemplo, ¿cuánto más significa hoy el Sephirah Yesod, en el que operan las fuerzas del crecimiento y la reproducción, para el biólogo, que lo que significaba para el antiguo Rabbi? Todo lo que pertenece al crecimiento y la reproducción está resumido en la Esfera de la Luna. Pero esta Esfera, tal como se representa en el Arbol de la Vida, está situada en tal forma que tiene otros senderos que llevan a otros Sephiroth. Por tanto, el cabalista biólogo reconoce que debe hacer ciertas relaciones definidas entre las fuerzas resumidas en Yesod y las representadas por los símbolos asignados a esos senderos. Meditando sobre esos símbolos va obteniendo vislumbres de las revelaciones que no se le manifestarían al considerar solamente el aspecto material de las cosas. Y cuando llega al punto de elaborar esos vislumbres con el material de sus estudios, descubre que allí se encuentran ocultas importantísimas claves. De esta manera, en el Arbol de la Vida, una cosa lleva a la otra, y la explicación de las causas ocultas surge de las proporciones y relaciones existentes entre los varios símbolos individuales que componen este maravilloso jeroglífico sintético.
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Cada símbolo, sin embargo, admite diferentes interpretaciones en los diferentes planos, y merced a sus asociaciones astrológicas puede ser asociado con los dioses de cualquier panteón, abriendo así nuevos y vastísimos campos de aplicación por los que la mente puede viajar incesantemente, pues cada símbolo conduce a otro en una ininterrumpida concatenación y asociación.
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Para la mentalidad moderna esto puede parecer tan absurdo como el cuento de que los niños nacen debajo de las coles pero si estudiamos los muchos sistemas del misticismo que se conocen en la religión comparada, encontraremos que todos los iluminados están de acuerdo en ese punto. Todos los hombres y mujeres que hayan tenido una experiencia práctica de la vida espiritual nos dirán lo mismo, esto es, que han sido enseñados por Seres Divinos. Y seríamos muy tontos si negáramos el testimonio de tan numerosos testigos, especialmente si nosotros mismos no hemos tenido ninguna experiencia personal de los estados más elevados de la conciencia.
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Algunos psicólogos nos dirán que los Angeles de los Cabalistas y los dioses y los Manús de otros sistemas (mitología, panteones, etc.) son nuestros propios complejos reprimidos.
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Hay otros, de visión menos estrecha, que nos dirán que esos seres divinos son las capacidades latentes que existen en nosotros mismos. Para el místico devocional, este no es un punto que tiene importancia. El obtiene resultados, y eso es lo único que le importa. Pero el místico filosófico, el ocultista, piensa sobre la materia y llega a ciertas conclusiones. Sin embargo, estas conclusiones sólo pueden ser comprendidas cuando sabemos lo que quiere decir la realidad y podemos trazar una línea de demarcación definida entre lo subjetivo y lo objetivo. Cuaquiera que esté familiarizado con los sistemas filosóficos convendrá que esto es pedir bastante.
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Las escuelas indostánicas de metafísica tienen sistemas de filosofía muy detallados y complicados que tratan de definir estas ideas para que se pueda meditar sobre ellas, y aunque muchas generaciones de videntes han dedicado toda su vida a esa tarea, los conceptos siguen siendo todavía tan abstractos que sólo después de seguir un larguísimo curso de la disciplina que en el Oriente se llama Yoga, puede la mente comprenderlos.
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El cabalista se pone a la obra de una manera completamente distinta. Ni siquiera trata de elevar su mente en alas de la metafísica hasta el enrarecido aire de la realidad abstracta, sino que se formula un símbolo concreto que el ojo puede ver, para que él represente la realidad abstracta que la mentalidad humana no puede concebir aún, parecido a los mandalas tibetanos.
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Sigue exactamente los principios del álgebra. X representa una cantidad desconocida. Y la mitad de X, y Z representa algo que conocemos. Si entonces empezamos a experimentar con Y para encontrar su relación con Z, y en que proporción, pronto dejará de ser algo completamente desconocido; habremos aprendido por lo menos algo acerca de Y, y si somos lo suficientemente hábiles, al final podremos expresar a Y en término de Z, y, luego, podremos comenzar a comprender X.
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Existen muchos símbolos que se emplean como objetos de meditación: la Cruz de la Cristiandad; los Dioses del Antiguo Egipto, los símbolos fálicos de otras creencias. Los no iniciados utilizaron estos símbolos como medios para concentrar la mente e introducir en ella ciertos pensamientos, evocando así otras ideas relacionadas con aquellos y estimulando determinados pensamientos. Sin embargo, el iniciado utiliza un sistema simbólico diferentemente; lo que usa como un Algebra mediante la cual podrá descubrir los secretos de las potencias desconocidas. En otras palabras, usa el símbolo como medio para guiar el pensamiento hacia lo Invisible o Incomprensible.
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¿Cómo lo hace? Utilizando un símbolo compuesto, porque un símbolo que fuera una unidad aislada no serviría para su propósito. Al contemplar un símbolo compuesto como el Arbol de la Vida, observa que hay relaciones definidas entre sus distintas partes. De alguna de esas partes sabe algo; de otras puede intuir un poco, o quizás, para ponerlo en otras palabras, puede adivinar algo deduciéndolo de los principios primitivos. La mente salta así de algo conocido a algo desconocido, y, al hacerlo, atraviesa cierta distancia, metafóricamente hablando. Es como un viajero que cruza el desierto conociendo la situación de dos oasis y hace una marcha forzada entre ambos. Jamás se habría atrevido a lanzarse al desierto partiendo del primer oasis, si no hubiera conocido la situación del otro; pero al final de su jornada no solamente conoce mucho más acerca de las características del segundo oasis, sino que también ha podido observar el terreno que se encuentra entre ambos. Y así, haciendo marchas forzadas entre oasis y oasis, adelante y atrás, a través del desierto, va explorándolo gradualmente. Sin embargo, el desierto es incapaz de sostener la vida.
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Así ocurre también con el sistema de notación de la Cábala. Las cosas que ofrece no son pensables y, sin embargo, al ir de un símbolo a otro, se desenvuelve y piensa en ellos; y aunque tengamos que contentarnos con mirar como a través de un cristal empañado, sin embargo tenemos la esperanza de que, ultérrimamente, podremos ver las cosas cara a cara, porque la mente humana se desarrolla con el ejercicio, crece, se expande, y lo que al principio parece incomprensible como las matemáticas superiores lo son para un niño que no puede ni sumar, finalmente se llega al punto en que se alcanza la plena realización. Pensando sobre una cosa nos formamos conceptos sobre ella.
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Se dice que el pensamiento fue la consecuencia del lenguaje y no el lenguaje el resultado del pensamiento. Lo que las palabras son al pensamiento, son los símbolos a la intuición. Por curioso que pueda parecer, el símbolo siempre precede a la elucidación. Y por eso declaramos que la Cábala es un sistema en desenvolvimiento y no un monumento histórico.
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Actualmente se puede extraer más de los símbolos cabalísticos que lo que era posible obtener en los tiempos de la antigua dispensación, porque nuestro contenido mental es muchísimo más rico en ideas. Por ejemplo, ¿cuánto más significa hoy el Sephirah Yesod, en el que operan las fuerzas del crecimiento y la reproducción, para el biólogo, que lo que significaba para el antiguo Rabbi? Todo lo que pertenece al crecimiento y la reproducción está resumido en la Esfera de la Luna. Pero esta Esfera, tal como se representa en el Arbol de la Vida, está situada en tal forma que tiene otros senderos que llevan a otros Sephiroth. Por tanto, el cabalista biólogo reconoce que debe hacer ciertas relaciones definidas entre las fuerzas resumidas en Yesod y las representadas por los símbolos asignados a esos senderos. Meditando sobre esos símbolos va obteniendo vislumbres de las revelaciones que no se le manifestarían al considerar solamente el aspecto material de las cosas. Y cuando llega al punto de elaborar esos vislumbres con el material de sus estudios, descubre que allí se encuentran ocultas importantísimas claves. De esta manera, en el Arbol de la Vida, una cosa lleva a la otra, y la explicación de las causas ocultas surge de las proporciones y relaciones existentes entre los varios símbolos individuales que componen este maravilloso jeroglífico sintético.
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Cada símbolo, sin embargo, admite diferentes interpretaciones en los diferentes planos, y merced a sus asociaciones astrológicas puede ser asociado con los dioses de cualquier panteón, abriendo así nuevos y vastísimos campos de aplicación por los que la mente puede viajar incesantemente, pues cada símbolo conduce a otro en una ininterrumpida concatenación y asociación.
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Cada símbolo confirma a otro símbolo, de la misma manera que la unión de todas las ramas al unirse en un jeroglífico sintético, y cada uno de dichos símbolos es posible de interpretación en cualquier plano en que la mente esté operando.
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Este maravilloso y omniabarcante jeroglífico del alma humana y del Universo, en virtud de su asociación lógica de símbolos, evoca imágenes en la mente; pero estas imágenes no se desenvuelven de cualquier manera, sino que siguen una línea de bien definidas asociaciones en la Mente Universal. El símbolo del Arbol de la Vida es a la Mente Universal lo que el sueño al Ego individual: un jeroglífico sintetizado de la subconsciencia para representar las fuerzas ocultas.
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El Universo, en realidad, es una forma mental proyectada por la mente de Dios. El Arbol Cabalístico puede ser comparado a una imagen onírica que surgiera de la subconsciencia de Dios y dramatizara el contenido subconsciente de la actividad mental del Logos. El Arbol de la Vida es la representación simbólica de la materia prima de la conciencia divina y de los procesos merced a los cuales el Universo vino a la existencia.
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Sin embargo, el Arbol no solamente se aplica al Macrocosmos sino también al Microcosmos, el que, como saben todos los buscadores del símbolo caballeresco, no es más que una replica del primero, en miniatura. Por este motivo es posible la adivinación. Este arte tan mal interpretado y profanado tiene como base filosófica el sistema de correspondencias representado por los símbolos. Las correspondencias entre el alma del hombre y el Universo no son arbitrarias, sino que surgen de identidades en desenvolvimiento. Ciertos aspectos de la ciencia se desarrollan en respuesta a ciertas fases de la evolución, y, por consiguiente, involucran los mismos principios, reaccionando, por tanto, a las mismas influencias.
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Este maravilloso y omniabarcante jeroglífico del alma humana y del Universo, en virtud de su asociación lógica de símbolos, evoca imágenes en la mente; pero estas imágenes no se desenvuelven de cualquier manera, sino que siguen una línea de bien definidas asociaciones en la Mente Universal. El símbolo del Arbol de la Vida es a la Mente Universal lo que el sueño al Ego individual: un jeroglífico sintetizado de la subconsciencia para representar las fuerzas ocultas.
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El Universo, en realidad, es una forma mental proyectada por la mente de Dios. El Arbol Cabalístico puede ser comparado a una imagen onírica que surgiera de la subconsciencia de Dios y dramatizara el contenido subconsciente de la actividad mental del Logos. El Arbol de la Vida es la representación simbólica de la materia prima de la conciencia divina y de los procesos merced a los cuales el Universo vino a la existencia.
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Sin embargo, el Arbol no solamente se aplica al Macrocosmos sino también al Microcosmos, el que, como saben todos los buscadores del símbolo caballeresco, no es más que una replica del primero, en miniatura. Por este motivo es posible la adivinación. Este arte tan mal interpretado y profanado tiene como base filosófica el sistema de correspondencias representado por los símbolos. Las correspondencias entre el alma del hombre y el Universo no son arbitrarias, sino que surgen de identidades en desenvolvimiento. Ciertos aspectos de la ciencia se desarrollan en respuesta a ciertas fases de la evolución, y, por consiguiente, involucran los mismos principios, reaccionando, por tanto, a las mismas influencias.
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El alma del ser humano es como un lago que estuviera en comunicación con el mar por un canal subterráneo. Aunque según todas las apariencias visibles el lago está rodeado de tierra y encerrado por ella, sin embargo, su nivel suba o baja de acuerdo con el flujo y reflujo del mar, a causa de esa comunicación subterránea. Y así pasa igualmente con la conciencia humana. Existe una conexión entre cada alma individual y el Alma Universal, profundamente oculta en las honduras de la subconsciencia, y, por consiguiente, participamos del flujo y reflujo de las mareas cósmicas, y su aplicación es el verdadero camino del Caballero Espiritual, y discernir el "Anima Mundi".
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Cada símbolo del Arbol representa una fuerza cósmica o un factor. Cada vez que la mente se concentra en él, se pone en contacto con esa fuerza. En otras palabras, se crea un canal superficial entre la mente consciente del individuo y la fuerza o factor particular del alma universal, y por este canal superficial consciente pasan las aguas del Océano a las del lago.
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Cada símbolo del Arbol representa una fuerza cósmica o un factor. Cada vez que la mente se concentra en él, se pone en contacto con esa fuerza. En otras palabras, se crea un canal superficial entre la mente consciente del individuo y la fuerza o factor particular del alma universal, y por este canal superficial consciente pasan las aguas del Océano a las del lago.
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El Caballero Espiritual que utiliza el Arbol de la Vida como símbolo de sus meditaciones va estableciendo punto por punto la unión entre su alma y el Alma Universal, y bebiendo por ello del conocimiento de Dios. El resultado inmediato es un tremendo influjo de energías en el alma individual; y justamente éste es el que confiere los poderes espirituales.
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Pero así como el Universo debe ser gobernado por Dios, así también la compleja alma humana debe ser gobernada por su dios: el Espíritu del hombre. El Yo Superior tiene que dominar su universo, pues de lo contrario se produciría un desequilibrio energético: cada factor regiría su propio aspecto y se produciría la guerra entre ellos. Entonces tendríamos un gobierno de los Reyes de Edom, cuyos reinos eran las fuerzas desorbitadas.
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Es así como vemos en el Arbol de la Vida un jeroglífico del alma del ser humano y del Universo; y en las leyendas asociadas con él está la historia de la Evolución del Alma y el Sendero de la Iniciación.
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Pero así como el Universo debe ser gobernado por Dios, así también la compleja alma humana debe ser gobernada por su dios: el Espíritu del hombre. El Yo Superior tiene que dominar su universo, pues de lo contrario se produciría un desequilibrio energético: cada factor regiría su propio aspecto y se produciría la guerra entre ellos. Entonces tendríamos un gobierno de los Reyes de Edom, cuyos reinos eran las fuerzas desorbitadas.
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Es así como vemos en el Arbol de la Vida un jeroglífico del alma del ser humano y del Universo; y en las leyendas asociadas con él está la historia de la Evolución del Alma y el Sendero de la Iniciación.